Joel Andrés es una persona cariñosa, aunque ya es adulto en edad, su
personalidad es de un niño, uno que es obediente, juicioso y muy respetuoso.
Con una hermana mayor, Joel es el segundo bebé en llegar a su hogar.
Emocionados, sus familiares esperan con ansias la llegada del nuevo integrante
de la familia. Un día, mientras aún estaba en embarazo, Gladys, la madre de Joel,
sale como era de costumbre a hacer sus labores en el campo, organiza unas
cosas, sale de la casa, mientras iba caminando tropieza y cae fuertemente
sentada en la raíz de un árbol, con angustia se levanta y continúa su camino.
Después de llevar un embarazo muy tranquilo, se llega el día de parto; por fin iba
a tener en sus brazos el segundo hijo que estaba esperando. Ese mismo día,
advierten a su familia que el pequeño iba a tener problemas en desarrollar el

lenguaje, pues tenía frenillo. Era un problema menor que se podía fortalecer con
terapias, por esa razón los padres no se preocupan.
Con el paso del tiempo, y con algunas dificultades en casa, Gladys toma la
decisión de emprender camino a la ciudad de Bogotá, pero el pequeño Joel se
queda en el campo con su padre. Mientras Gladys trabajaba y ahorraba para dar
una mejor vida a sus hijos, Joel en el campo en compañía de su padre le ayuda en
las labores diarias, sin embargo el pequeño no podía moverse como los niños de
su edad; pero su padre no toma medidas al respecto.
Vivió toda su infancia en el campo con su padre, hasta que Gladys ya estable, trae
con ella al niño, que aunque ya tenía 10 años, se le dificultaba hacer actividades
por sí solo, tales como bañarse y amarrarse los zapatos. Un poco preocupada por
la situación y ya en la ciudad, donde era más fácil hacer exámenes, Gladys decide
llevar a su hijo al médico; ya allí, el doctor ordena hacer un encefalograma.
Unos días después entregan los resultados, con un poco de temor, Gladys de la
mano de su hijo esperan el llamado para la lectura de los exámenes. Sentados, el
doctor empieza a mostrar imágenes, que parecían solo manchas de color negro;
mientras el señor de bata blanca continúa hablando, muestra un pequeño punto
en la parte de atrás de la cabeza del pequeño, era una fisura que apenas se
alcanzaba a ver.
Mientras el doctor habla, empieza a explicar que el niño tenía un retraso mental,
aunque no era profundo, su madre se preocupa. “Fue terrible saber que mi único
hijo varón tenía eso, no me esperaba tal noticia” afirma Gladys. Sin embargo,
Gladys toma esa noticia como un nuevo desafío de la vida, que con amor y
paciencia podía sobre pasar. Al llegar a casa cuenta a las hermanas del niño,
quienes con amor lo reciben y se disponen a colaborar en lo que les era posible.
Semanas después, Gladys lleva a su hijo a un centro Crecer, donde brindaban
atención con especialistas, y Joel empieza a fortalecer nuevas habilidades; allí
duró 8 años. Ya mayor de edad, más independiente, y con amor y pasión por las

artes, Gladys lleva a su hijo al centro Musical Batuta, donde se enamora más de la
música, allí resaltó por su compromiso.
Para el año 2018, Gladys gracias a una amiga conoce la Fundación de Desarrollo
y Emprendimiento Integral (FUNDEI), una entidad que brinda apoyo de
profesionales a personas con discapacidad cognitiva y sus familias. Gladys se
anima a visitar la fundación, el primer día conoció una parte del equipo de trabajo,
y le gustó lo que vio.
Desde entonces empieza a asistir los días sábados. En FUNDEI Joel ha
desarrollado aún más habilidades, pues antes no se le facilitaba socializar con
personas, y allí además de hacer lo que más le gusta, que es el arte, ha hecho
grandes amigos de vida. Es una persona que respeta a todos, y aporta cada día
nuevas experiencias enriquecedoras para los demás y para él mismo.